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Borges: "Yo no he buscado la celebridad"

por Joaquín Soler Serrano


Pocos días después de concedérsele el Premio Cervantes, ex aequo con Gerardo Diego, Jorge Luis Borges asistió al programa de TVE A fondo, dirigido por el periodista Joaquín Soler Serrano. Era el año 1979 y Borges mantenía aún, a pesar de sus 79 años, una envidiable lucidez, como queda de manifiesto en el extracto de aquella entrevista que se reproduce a continuación.

¿Está el Borges de hoy en su primer libro?
Fervor de Buenos Aires se publicó en 1923, y creo, efectivamente, que en ese primer libro está todo lo que yo haría después, sólo que está entre líneas y sólo para mí es como una escritura secreta, que está entre las líneas de la escritura real, pero ahí está todo Borges, ahí, yo lo veo muy claro. Y seguramente nadie puede verlo, sino yo.
¿Y lo que vino después?
Todo lo que he hecho después no ha sido otra cosa que reescribir ese primer libro, ese primer libro que ha ido creciendo, dilatándose, ramificándose, enriqueciéndose y ahora creo que puedo (al cabo de tantos años), ahora puedo decir, puedo jactarme, de haber escrito algunas páginas válidas entre uno y otro poema.
¿Sólo algunas páginas?
¿Y a qué más puede aspirar un escritor? Aspirar a un libro ya es demasiado.
(...)

Acaso por todo eso hablan de la frialdad de Borges, por la concisión, la exactitud y el rigor.
Mi maestro (y sigo llamándole maestro aunque jamás podré alcanzar a escribir como él), mi maestro Rafael Cansinos Assens habló una vez de mi «estilo numismático». Es una linda frase. Ojalá yo hiciera monedas.
(...)

¿Recuerda qué impresión le produjo el hallazgo del Quijote?
Al principio, lo que yo admiraba en el Quijote era lo que Cervantes amaba y, sin embargo, atacaba: el mundo de la caballería andante. Para mí el Quijote fue una novela de caballería y, en cierto modo, lo es, porque Cervantes está claro que no sentía la menor simpatía por el cura, por el barbero, por el bachiller, por los duques. Cervantes siente simpatía por Alonso Quijano y de algún modo él es Quijano. Es un libro muy raro el Quijote, raro y paradójico.

¿Usted cree que se puede afirmar categóricamente que quiso hacer una parodia de los libros de caballería?
No, y además cuando Cervantes publicó el Quijote, ya no se leían esos libros. Quizá Cervantes era el único lector de ellos, y los quería mucho, pero él se daba cuenta de que había algo de absurdo en esos libros, y por eso quiso curarse de esa pasión.

Y como escritor, ¿qué le parece don Miguel?
Una vez, hablando con Ernesto Sábato, me dijo una cosa que me pareció muy justa: «Siempre se dice que Cervantes escribía mal», como siempre se dice que Dostoievski escribía mal, pero si es escribir mal dejarnos un libro como el Quijote o como Crimen y castigo, es que no escribían tan mal, escribían lo necesario para sus fines.
(...)

Usted se había manifestado más quevedesco que cervantino.
Pero estaba equivocado. Ahora me gusta más Cervantes, y esto no es una blasfemia. Yo he admirado mucho a Quevedo, y lo admiro, pero en cambio, Cervantes y Alonso Quijano, que quiso ser don Quijote, y lo fue alguna vez, éstos son amigos personales míos. Es otra cosa, es una relación de amistad que no se establece nunca con Quevedo. Nadie se siente amigo de Quevedo, pero usted puede admirarlo.
(...)

¿Y la cultura española?
¡Habría que hablar tanto y de tantas culturas españolas en diversas épocas! Pero con todo yo diría, y aquí voy a ser heterodoxo (y usted determinará si puedo serlo), que hay una soltura en los principios de la literatura española que se pierde... Busquemos un caso que no sea demasiado primitivo: Cervantes, por ejemplo. Toda esa complejidad que observo en Cervantes, y de la que le he hablado antes... esa complejidad fluye, y uno no siente mayor esfuerzo. En cambio ya en otros ingenios algo posteriores, como Quevedo, todo eso está un poco rígido, y en el caso de Gracián ya todo es absolutamente rígido.

¿Le disgusta Gracián?
Me parece una caricatura de Quevedo, porque todavía en Quevedo todo eso está conmocionado por la pasión, pero Gracián es muy frío, prácticamente glacial. Llamar a las estrellas «gallinas de los prados celestiales», por ejemplo, es imperdonable, ¿no le parece a usted? Yo creo que Gracián es una superstición alemana en cierto modo, y que Schopenhauer lo admiraba mucho porque lo entendía poco. Gracián pensaba bien, era un hombre muy, muy agudo, pero que al escribir se creía obligado a decirlo todo de un modo ingenioso y con juegos de palabras. Por ejemplo, cuando dice: «La vida es milicia contra la malicia». Eso puede ser cierto. Uno puede pasarse la vida militando contra la malicia, pero al mismo tiempo cuando uno lo lee en español (no cuando lee una traducción al alemán de Schopenhauer), lo que llama la atención es el juego de palabras: «milicia-malicia» y entonces el pensamiento ya está perdido, aprisionado por el retruécano. Y el retruécano ahí «milita» contra el autor, porque nos impide ver la idea de que la vida es milicia contra la malicia... Y en general eso es lo que ocurre con Gracián: que él ha pensado admirablemente, pero luego, al escribir, se cree obligado a esas simetrías que son la madre del estilo barroco, en el cual fue un maestro, pero un maestro de un género desdichado.

Los temas se van encadenando, y Borges tiene brillantes respuestas para todo. Pero es imposible prolongar más este diálogo. Hagámoslo con sus primeros recuerdos de España.
Vine a este país en 1919, viví algún tiempo en Barcelona, recuerdo sobre todo las tertulias del café Colonial con Rafael Cansinos Assens, también el año que viví en Valldemosa, en las cercanías de La Cartuja, en una época en la que el turismo no se había despertado.
Y escribió usted dos libros en España que nunca se publicaron, y quisiera saber por qué.
El primero fue Salmos rojos, inspirado en la Revolución de Octubre. Por aquel tiempo ser comunista significaba otra cosa: un anhelo de fraternidad universal, de pacifismo, de Walt Whitman; ahora es otra forma del imperialismo ruso... Sí, entonces yo fui comunista.

Del otro libro, Los naipes del tahúr, se ha dicho que evidenciaban una influencia barojiana...
Sí, pero no recuerdo absolutamente nada de ese libro, he conseguido purificarme de esa memoria.

Desapareció todo rastro...
Lo único que ha quedado es el título. Que no está mal, ¿eh?

No, maestro. Nada mal.
Llámeme Borges.

Está usted de moda en todas partes, ahora se vive una fiebre Borges en los Estados Unidos, y no digamos lo que es usted para los hispanoamericanos...
Es muy raro lo que pasa conmigo. Yo no he buscado nunca la celebridad, y la celebridad me ha llegado. Quizá por eso, porque no la buscaba. Mejor es no buscar las cosas, y dejar que lleguen solas.

Entonces, la muerte...
Es una esperanza, el fin de todo, esperémoslo así. Sería espantoso tener que seguir.

Me dicen que está preocupado por su vida, por su salud, y por su longevidad, la longevidad tradicional de su familia...
Sí, si me dieran la noticia de que voy a morime esta noche, creo que me sentiría muy feliz. La Sagrada Escritura aconseja 70 años, yo ya cumplí los 79, mi madre murió a los 99, mi tía murió a los 100 años y 10 días... No puedo tenerlo peor, ¿eh? Yo creo que es durar mucho.

Fuente: El Mundo (España)


El alma del tango

En 1997, el chelista chino Yo-Yo Ma presentó el álbum "The Soul of the Tango", sobre composiciones de Ástor Piazzolla. Junto al argentino Néstor Marconi hizo una apasionada versión de Libertango, que aquí compartimos. Pónganse cómodos.

Norma Frontalis

Leopoldo Lugones fue un escritor tan talentoso como polémico. En su vasta obra confluyen , con asombrosa claridad, las contradicciones de nuestra cultura. Creía, como los hombres cultos de su tiempo, en los principios de la frenología, de la que tomó elementos para su perfil de Domingo Faustino Sarmiento. El fragmento pertenece a la Historia de Sarmiento (1911) y describe la composición del cráneo y el rostro del Padre del Aula.

"Su cabeza única en nuestra craneología célebre, es tan fuera de molde como su entidad espiritual. Nada es más curioso que ver cómo fue formándose entre las vicisitudes. (…) Como un caso de exhibición leonina, aparece en la historia nacional la cabeza de Sarmiento. Bien examinada, ella es un resumen de su carácter. Su espíritu esencialmente positivo, su tendencia absoluta a la acción, su concepto materialista de utilidad, su sensualismo, su panteísmo, su vivacidad, su curiosidad, su impetuosidad colérica, dimanan visiblemente del conflicto de espíritu y materia que aquella cabeza manifestaba, y de donde provenía su fealdad casi cruel. El cráneo, de irregularidad dolicocéfala, comporta una aproximación animal, acto continuo compensada por la frente notoria. Pero esta facción ofrece a su vez un resultado opuesto. La norma frontalis de Sarmiento, o sea el aspecto anterior de su cráneo, manifiesta la tendencia piramidal, comúnmente desventajosa, de los individuos llamados por Vogt tectocéfalos. Es, en efecto, un techo formado por la convergencia ascendente de los parietales; una conformación de vileza gentilicia. Por no se qué circunstancia paradojal, a Sarmiento le resultaba hermosa. En la arquitectura de aquella cabeza tan peculiar, formaba una especie de miembro estético, que defendía de la bestialidad posterior con la nobleza de una torre de combate. Preponderaba otra vez la tendencia inferior, al determinar la proyección de la quijada prógnata, característica en él hasta hacer de su labio un belfo. Aquello, en virtud de la conocida relación facial, presentábale ñato, aun cuando no lo era; si bien la prominencia superciliar muy desarrollada, acentuaba todavía aquella impresión. Mas la cara chica con relación a la cabeza, y sobre todo a la frente, restablece la superioridad psíquica; constituyendo el rasgo capital de la estructura humana, que el rostro sea apéndice del cráneo. Así, resultando éste a vista de pájaro (norma verticalis) y en su proyección mandibular, un verdadero cráneo de negro, la frente y el rostro vienen a determinar una fisonomía declaradamente caucásica. Nada más ennoblecido, en efecto, de energía espiritual. Desde la cúspide encalvecida, dilátase entre los lejanos aladares el inmenso campo frontal, arado de pensamiento a triple surco. Adviértese en su prominencia la marmórea luminosidad, el empuje de las ideas que componen la cimbra de aquella bóveda. Cae sobre las cejas hirsutas, tras cuya prominencia contráctil como un áspid avizor, está emboscada la tremenda voluntad. De allá adentro, la mirada que fatigaron desmesuradas lecturas, prolonga con un magnetismo impávido la remota arrogancia inherente a la pupila diurna del león. Al reflejo diverso de su alma, aquellos ojos, como las espadas, tienen una doble luz. Serenos, tiran a un viso amarillento sobre el fondo pardo claro. Furiosos, obscurécense hasta la lobreguez, profundizados por la congestión interna. Constrúyanse la nariz robusta y ancha como una pata de braco. Los surcos que limitan la zona cigomática y prolongan las comisuras labiales con una profundidad de devastación, destacan la vasta boca cuyo desborde traza compulsivo neuma. Y ¡cosa extraña! En la energía atroz de semejante rostro, aquellas arrugas parecen definir una especie de prolongación lagrimal, comunicando a la escabrosa fisonomía la fiera triste que padece en aquella estructura de hombre de las cavernas, forzada a reproducir la cueva originaria en plena roca primordial."


Todas las obras originales de Leopoldo Lugones se encuentran en
dominio público


Fuente: Orgullo y Bizarría

Escritura y Psicoanálisis

El viernes 27 de agosto se realizará el segundo encuentro de las jornadas La experiencia del ensayo: escritura y psicoanálisis, auspiciadas por la Dirección de Cultura de la Biblioteca Nacional.
Será a las 19 en la Sala Juan L. Ortiz de la Biblioteca Nacional, con la participación de María Pía López, Alejandro Kaufman y Clara Cruglak. Coordina: Martín Trigo. Entrada libre.

Letras de Argentina y Brasil

Durante su estadía en Buenos Aires, Fernando Gebra (profesor de la Universidad Federal de Pará, Brasil) tomó el curso de Literatura y Cultura Argentina de BAbel, donde se abordan textos de autores imprescindibles y se discuten los principales aspectos socio-históricos de nuestra cultura. Simultáneamente, Fernando publicó en la revista Ñ un análisis de la obra de Clarice Lispector, que aquí compartimos.

Fernando junto a Daniela Salzman (BAbel). Buenos Aires, julio de 2010

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Clarice Lispector: la dimensión desconocida
por Camila do Valle y Fernando Gebra

Cuando decimos Mercosur, la palabra "mercado", tan poco literaria, tan poco poética, sobresale. Entonces, digamos más simplemente, por extensión, Brasil y Argentina. Cada vez más cercanos, con mayor interés cada vez del uno por el otro, vemos también en Brasil, a nuestros queridos hermanos siendo publicados: Alan Pauls, Martín Kohan, César Aira, entre otros. Felizmente, las "patrias", las "comunidades imaginadas" (Benedict Anderson) que se llaman "patrias" no andan sólo en botines de fútbol. Ambos países tenemos metáforas y encuentros más delicados y sofisticados para nuestros nacionalismos. Que lo digan, por ejemplo, Eduardo Muslip (Univ. Nac. de Gral. Sarmiento) e Isis McElroy (Universidade do Texas), que organizaron el "Passo de Guanxuma" en julio de 2009, bello evento literario, inspirados, seguramente, en Carlos Gardel, Carmem Miranda, Caio Fernando Abreu y Fogwill.

Las dos lenguas que nos dejó el colonizador, el español y el portugués, se han entrelazado dando origen a una tercera, el portuñol, cada vez más hablado. El portuñol es lo contrario a lo pactado en el Tratado de Tordesillas a fines del siglo XV. Más allá de la literatura, incluso del pensamiento y del lenguaje, vemos una intersección tan significativa en las áreas académicas de la antropología y de la sociología. Por ejemplo, Gustavo Sorá en Traducir el Brasil (Libros Del Zorzal) señala el hecho de que, a diferencia de lo que muchos piensan, la literatura brasileña es bastante traducida en la Argentina. Sólo para nombrar rápidamente algunas pocas editoriales: Adriana Hidalgo, Bajo la luna (que está preparando una antología de poetas brasileños contemporáneos), Beatriz Viterbo, Corregidor (que publicará por primera vez en la Argentina la poesía de Armando Freitas Filho) y la simpática Eloísa Cartonera, con sus numerosos títulos dedicados a Brasil.

Lo que aquí viene al caso es una nueva traducción de Clarice Lispector. Nunca está de más. Para los que no saben, que deben ser pocos, Clarice está, junto a Jorge Amado, entre los dos autores brasileños más leídos en la Argentina. Ellos dos no podrían ser más diferentes. Representan a dos Brasiles distintos. Y el propio traductor de La pasión según G. H., Mario Cámara, debe percibir esa diferencia de los Brasiles traducidos. El cuidadoso prólogo de Gonzalo Aguilar trata de representar el universo clariceano compuesto, o recompuesto, a partir del encuentro con una cucaracha. De hecho, se trata de una composición de universo. O de una recomposición. La historia de la novela, escribe Aguilar, es sencilla: una mujer de un barrio acomodado de Río de Janeiro descubre en el departamento de la criada, una cucaracha [...]. En un momento, G. H. aplasta a la cucaracha con una puerta, la toma entre sus manos y la devora. Es el comienzo de la epifanía.

Revelación de un mundo

En Clarice Lispector, amar es cruel porque, o bien implica tener y poseer, como en los cuentos "Comienzos de una fortuna" y "La mujer más pequeña del mundo", o bien conocer al otro que es, al mismo tiempo, doble de uno mismo, como en "La cena". En ese cuento, la lágrima de un hombre sentado a la mesa provoca la epifanía del narrador. En él, la imagen-símbolo de la fuerza del hombre en el restaurante está seguida por el desenmascaramiento de la lágrima que cae y provoca la epifanía del narrador, al percibir que "el patriarca estaba llorando por dentro". El patriarca se va de la cena, pero el narrador no logra asumir su lugar, reconociendo en sí mismo sus fracturas. Al afirmar "Rechazo la carne y su sangre", el narrador parece rechazar las imágenes-símbolo del cuerpo y la sangre de Cristo. De esta manera, la autora torna público, una vez más, el rechazo al modelo tradicional de familia sagrada, el modelo de familia burguesa.

Se destacan los cuentos con motivos análogos a la novela La pasión según G. H. ¿Pasión de Cristo? En la obra de Clarice se encuentran constantemente elementos del cristianismo, sumados a reflexiones filosóficas de matriz existencialista. Los personajes son siempre extraños para sí mismos y para los demás, así como los espacios también son extraños. G. H. se siente aprisionada en el cuarto de la empleada, ambiente de la náusea y la incomodidad, como en el atardecer en "El búfalo" y en las "horas peligrosas" que atormentan a Ana en "Amor", momento en que ella tiene que encontrarse consigo misma, sola en la casa, y con tiempo ocioso porque han terminado las actividades del día. ¿Qué amor es ese que perturba tanto a los personajes?

Es la percepción del otro, del extraño, que es al mismo tiempo familiar, y el encontrarse con realidades que escapan a la cotidianeidad y ponen al sujeto en estado de desequilibrio; al mirarse a sí mismo, toda esa experiencia de alteridad lleva al sujeto a aguas profundas. El tema del espejo, la figura del doble, aparece en momentos cruciales de las narraciones en las que los personajes se observan a sí mismos, a sus aguas turbias. El reflejo permite que el sujeto se encuentre con aquello que tanto desea ser, como en "Comienzos de una fortuna": "Mirándose en el espejo del corredor antes de salir, realmente era la cara de esos chicos que trabajan, cansados y jóvenes".

Los ojos de Lispector

En La pasión según G. H., la estética de mirar que es configuradora de alteridades surge en las figuras del ojo vigilante y en la del espejo. La primera figura del mirar, esto es, la del ojo vigilante, surge como elemento externo que vigila las acciones del sujeto. Es el mirar del Otro lo que presiona para configurar su identidad, ese Otro pudiendo asumir múltiples identidades, referentes a los elementos exteriores como la verdad, la moral, la ley humana, e inclusive a elementos trascendentales como Dios, ya que, como nos recuerda Aguilar en su prólogo, lo sagrado sobrevive a todo, inclusive a la existencia o a la muerte de Dios. Encima de todo, ese Otro era el extraño, la alteridad que traía la amenaza para la estabilidad del sujeto. Era también lo que identificaba al sujeto como un otro, o dos, en permanente mutación. Ese ojo regularía toda y cualquier tentativa de excesos que pudiesen inflingir los patrones sociales: "Un ojo vigilaba mi vida. A ese ojo, probablemente lo llamaba la verdad, la moral, la ley humana, Dios, yo. Vivía más bien dentro de un espejo. Dos minutos después de nacer, ya había perdido mis orígenes (p.37)."

El ojo vigilante ejerce el control de los cuerpos, impide que el individuo se exceda. Los personajes clariceanos, en general, temen las "horas peligrosas", el instante en que se encuentran con algo que en general es llamado "su propio yo" –sea lo que fuera–, en ningún sentido estable, como en el cuento "La fuga", el lado desconocido de cada uno. Al lado inmanente del que busca el exceso se opone el lado manifiesto de ese mismo que actúa como principio regulador, resultando en una estructura paradojal: ser al mismo tiempo una cosa y otra. Y no sentirse confortable ni satisfecho con ninguna de las inestables posibilidades. Se instala la desconfianza de que no se puede ser una cosa ni la otra. Parece preguntar: "¿existo? ¿qué intensidad puede comprobarme esto?"
Los demás (todos los extraños: la verdad, la moral, la ley humana, Dios, inclusive yo, etcétera) pueden mirar y aprehender a un determinado sujeto, pero ese sujeto jamás podrá verse ni comprenderse en su totalidad. Sólo su representación virtual, figurativa es su contracara, no el propio ser. Eso se da, según Clément Rosset, en el espejo, que "[...] no ofrece la cosa sino si otro, su inverso, su contrario, su proyección según tal eje o tal plano" (1998, p.80).

Más aún sobre el ojo, en "El búfalo", por ejemplo, el personaje femenino ve reflejado en los ojos del búfalo todo el odio sentido por el hombre que la abandonara. Es por la dialéctica de la mirada, con la fusión de la mujer y la fiera en un abrazo mortal, que el mundo se abre: "El mundo no veía ningún peligro en estar desnudo". La cosa blanca que se esparce dentro del personaje femenino es parte del ritual de la epifanía provocado por el búfalo, así como la viscosidad de la cucaracha aplastada por G. H. El ritual de autoconocimiento provocado por el momento de epifanía provoca náuseas: "A través de la piedad, a Ana se le aparecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca". La náusea ocurre cuando el sujeto se encuentra con su lado inmanente, escondido en las aguas turbias de su identidad.

"Es que, por el momento, la metamorfosis de mí misma no tiene ningún sentido. Es una metamorfosis donde pierdo todo lo que tenía y todo lo que tenía era yo –sólo tengo lo que soy. ¿Y ahora qué soy? Soy: estar de pie frente a un miedo. Soy: lo que vi. No entiendo y tengo miedo de entender, el material del mundo me asusta, con sus planetas y cucarachas" (p.76).

"¿Existo? ¿Es esta la intensidad que me lo puede comprobar? Si a menos encontrase a otra, ya que no me encuentro a mí misma..." Tenemos aquí una metamorfosis del yo en su doble. El yo se pierde en el laberinto de su propia existencia, ahora marcada por el caso, por el desorden interior. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Esas preguntas ontológicas apuntan hacia el problema del yo insertado en el mundo. Al encontrarse con otro elemento del mundo exterior, ya sea un objeto, un animal u otra persona, ese yo lo ve como un espejo. Para Clément Rosset, nuestra existencia está asegurada por la presencia del otro, y el doble es la representación de ese papel. Dicho de otra manera, es en la confrontación con el doble que el individuo construye su identidad. De todos modos, en algunos casos, ese otro yo que surge en los momentos de epifanía de la narrativa de Clarice Lispector, provoca tanto desorden en el mundo de ese sujeto que puede llevarlo a la despersonalización:

"La despersonalización como la destitución de todo lo individual inútil –la pérdida de todo lo que se puede perder y, aún así, ser (...). Todo lo que me distingue es sólo el modo como soy más fácilmente visible para los otros y como termino siendo superficialmente reconocible para mí. Así como hubo un momento en que vi que la cucaracha es la cucaracha de todas las cucarachas, así quiero encontrar en mí misma la mujer de todas las mujeres" (p.184).

Como señala Benedito Nunes, en Leitura de Clarice Lispector, (y podríamos extender este posicionamiento a otros personajes de la autora), luego de la vivencia epifánica en que sujeto y objeto se tornan uno solo, G.H. retorna a su mundo organizado. Es recurrente en la ficción de Clarice Lispector esa vuelta a los patrones transgredidos durante la epifanía. Ana, tras el contacto con el ciego que masca chicle y el paisaje extraño del Jardín Botánico, regresa a su vida familiar en la que necesita sentirse útil para su marido y sus hijos, sus otros, para continuar existiendo en tanto sujeto: una mujer casada, también ella, uno de sus otros, como la cucaracha y la empleada.
Ese ojo, así como en el cuento "La mujer más pequeña del mundo" trae a colación otro tema muy propio de la obra de Clarice: la clasificación. No sólo la arbitrariedad de la clasificación sino la precariedad de la clasificación. Lo enloquecedoramente efímero de la clasificación. Y la identidad es la clasificación por excelencia. Sin clasificación no hay identidad fija. Hay deriva. Caer infinitamente, dice Clarice en el cuento "La fuga": "llegaba a comer cayendo, a dormir cayendo, a vivir cayendo, hasta a morir". La libertad de la no clasificación. Y "la búsqueda de libertad frente a un mundo hecho entero para negarla es uno de los grandes temas de Clarice Lispector" (como dice su biógrafo Benjamin Moser). Los patrones previos, determinados por clasificaciones insatisfactorias, impiden el amor despertado por la mujer más pequeña del mundo en sus descubridores: luego del deslumbramiento, dónde la encajan. ¿Ella serviría la mesa? ¿Qué haríamos con ella en la casa? El descubrimiento de un ser singular despierta una serie de problemas en la realidad cotidiana con identidades fijas que quieren permanecer fijas. El amor no tiene cabida en lo cotidiano. Así ni cabe nombrar en lo cotidiano el lugar que a la pequeña mujer le pica. Y es necesario clasificarla para comenzar a colocar el mundo, nuevamente, en orden, después de tamaño amor despertado: "Y, para conseguir clasificarla entre las realidades reconocibles, de inmediato comenzó a recoger datos sobre ella". (Lazos de familia) Las identidades que se quieren fijas, por quererse fijas, exactamente por eso, no están preparadas para el amor, la esperanza máxima de libertad en relación a identidades e instituciones –según Pierre Bourdieu en La dominación masculina.

Sin Clarice Lispector y sin amor nos quedamos más solos en la habitual escena de nuestras vidas en la que nos encontramos con una cucaracha. La vida que late en ella responde a la nuestra, tan carente de sentido.

Con Clarice Lispector, al dar vuelta la página, podemos saber que la literatura puede acabar por ser aquella tan famosa experiencia de la escritura como fracaso: por no caber en la realidad circundante, la libertad vuela para ser escrita. Pero puede, también, y mejor aún, ser una invitación a la deriva que el amor, la libertad y lo prohibido proponen. Nunca se sabe dónde desagotar tanta agua viva, sea turbia o cristalina. Dejémonos llevar por su acuoescritura.

Es verdad que a veces es necesario estar sola frente a una cucaracha para darnos cuenta de que podemos ser más fuertes de lo que pensamos.

TRADUCCION: MARINA MARIASCH
Fuente: Revista Ñ, 2 de agosto de 2010


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