por Joaquín Soler Serrano


Pocos días después de concedérsele el Premio Cervantes, ex aequo con Gerardo Diego, Jorge Luis Borges asistió al programa de TVE A fondo, dirigido por el periodista Joaquín Soler Serrano. Era el año 1979 y Borges mantenía aún, a pesar de sus 79 años, una envidiable lucidez, como queda de manifiesto en el extracto de aquella entrevista que se reproduce a continuación.

¿Está el Borges de hoy en su primer libro?
Fervor de Buenos Aires se publicó en 1923, y creo, efectivamente, que en ese primer libro está todo lo que yo haría después, sólo que está entre líneas y sólo para mí es como una escritura secreta, que está entre las líneas de la escritura real, pero ahí está todo Borges, ahí, yo lo veo muy claro. Y seguramente nadie puede verlo, sino yo.
¿Y lo que vino después?
Todo lo que he hecho después no ha sido otra cosa que reescribir ese primer libro, ese primer libro que ha ido creciendo, dilatándose, ramificándose, enriqueciéndose y ahora creo que puedo (al cabo de tantos años), ahora puedo decir, puedo jactarme, de haber escrito algunas páginas válidas entre uno y otro poema.
¿Sólo algunas páginas?
¿Y a qué más puede aspirar un escritor? Aspirar a un libro ya es demasiado.
(...)

Acaso por todo eso hablan de la frialdad de Borges, por la concisión, la exactitud y el rigor.
Mi maestro (y sigo llamándole maestro aunque jamás podré alcanzar a escribir como él), mi maestro Rafael Cansinos Assens habló una vez de mi «estilo numismático». Es una linda frase. Ojalá yo hiciera monedas.
(...)

¿Recuerda qué impresión le produjo el hallazgo del Quijote?
Al principio, lo que yo admiraba en el Quijote era lo que Cervantes amaba y, sin embargo, atacaba: el mundo de la caballería andante. Para mí el Quijote fue una novela de caballería y, en cierto modo, lo es, porque Cervantes está claro que no sentía la menor simpatía por el cura, por el barbero, por el bachiller, por los duques. Cervantes siente simpatía por Alonso Quijano y de algún modo él es Quijano. Es un libro muy raro el Quijote, raro y paradójico.

¿Usted cree que se puede afirmar categóricamente que quiso hacer una parodia de los libros de caballería?
No, y además cuando Cervantes publicó el Quijote, ya no se leían esos libros. Quizá Cervantes era el único lector de ellos, y los quería mucho, pero él se daba cuenta de que había algo de absurdo en esos libros, y por eso quiso curarse de esa pasión.

Y como escritor, ¿qué le parece don Miguel?
Una vez, hablando con Ernesto Sábato, me dijo una cosa que me pareció muy justa: «Siempre se dice que Cervantes escribía mal», como siempre se dice que Dostoievski escribía mal, pero si es escribir mal dejarnos un libro como el Quijote o como Crimen y castigo, es que no escribían tan mal, escribían lo necesario para sus fines.
(...)

Usted se había manifestado más quevedesco que cervantino.
Pero estaba equivocado. Ahora me gusta más Cervantes, y esto no es una blasfemia. Yo he admirado mucho a Quevedo, y lo admiro, pero en cambio, Cervantes y Alonso Quijano, que quiso ser don Quijote, y lo fue alguna vez, éstos son amigos personales míos. Es otra cosa, es una relación de amistad que no se establece nunca con Quevedo. Nadie se siente amigo de Quevedo, pero usted puede admirarlo.
(...)

¿Y la cultura española?
¡Habría que hablar tanto y de tantas culturas españolas en diversas épocas! Pero con todo yo diría, y aquí voy a ser heterodoxo (y usted determinará si puedo serlo), que hay una soltura en los principios de la literatura española que se pierde... Busquemos un caso que no sea demasiado primitivo: Cervantes, por ejemplo. Toda esa complejidad que observo en Cervantes, y de la que le he hablado antes... esa complejidad fluye, y uno no siente mayor esfuerzo. En cambio ya en otros ingenios algo posteriores, como Quevedo, todo eso está un poco rígido, y en el caso de Gracián ya todo es absolutamente rígido.

¿Le disgusta Gracián?
Me parece una caricatura de Quevedo, porque todavía en Quevedo todo eso está conmocionado por la pasión, pero Gracián es muy frío, prácticamente glacial. Llamar a las estrellas «gallinas de los prados celestiales», por ejemplo, es imperdonable, ¿no le parece a usted? Yo creo que Gracián es una superstición alemana en cierto modo, y que Schopenhauer lo admiraba mucho porque lo entendía poco. Gracián pensaba bien, era un hombre muy, muy agudo, pero que al escribir se creía obligado a decirlo todo de un modo ingenioso y con juegos de palabras. Por ejemplo, cuando dice: «La vida es milicia contra la malicia». Eso puede ser cierto. Uno puede pasarse la vida militando contra la malicia, pero al mismo tiempo cuando uno lo lee en español (no cuando lee una traducción al alemán de Schopenhauer), lo que llama la atención es el juego de palabras: «milicia-malicia» y entonces el pensamiento ya está perdido, aprisionado por el retruécano. Y el retruécano ahí «milita» contra el autor, porque nos impide ver la idea de que la vida es milicia contra la malicia... Y en general eso es lo que ocurre con Gracián: que él ha pensado admirablemente, pero luego, al escribir, se cree obligado a esas simetrías que son la madre del estilo barroco, en el cual fue un maestro, pero un maestro de un género desdichado.

Los temas se van encadenando, y Borges tiene brillantes respuestas para todo. Pero es imposible prolongar más este diálogo. Hagámoslo con sus primeros recuerdos de España.
Vine a este país en 1919, viví algún tiempo en Barcelona, recuerdo sobre todo las tertulias del café Colonial con Rafael Cansinos Assens, también el año que viví en Valldemosa, en las cercanías de La Cartuja, en una época en la que el turismo no se había despertado.
Y escribió usted dos libros en España que nunca se publicaron, y quisiera saber por qué.
El primero fue Salmos rojos, inspirado en la Revolución de Octubre. Por aquel tiempo ser comunista significaba otra cosa: un anhelo de fraternidad universal, de pacifismo, de Walt Whitman; ahora es otra forma del imperialismo ruso... Sí, entonces yo fui comunista.

Del otro libro, Los naipes del tahúr, se ha dicho que evidenciaban una influencia barojiana...
Sí, pero no recuerdo absolutamente nada de ese libro, he conseguido purificarme de esa memoria.

Desapareció todo rastro...
Lo único que ha quedado es el título. Que no está mal, ¿eh?

No, maestro. Nada mal.
Llámeme Borges.

Está usted de moda en todas partes, ahora se vive una fiebre Borges en los Estados Unidos, y no digamos lo que es usted para los hispanoamericanos...
Es muy raro lo que pasa conmigo. Yo no he buscado nunca la celebridad, y la celebridad me ha llegado. Quizá por eso, porque no la buscaba. Mejor es no buscar las cosas, y dejar que lleguen solas.

Entonces, la muerte...
Es una esperanza, el fin de todo, esperémoslo así. Sería espantoso tener que seguir.

Me dicen que está preocupado por su vida, por su salud, y por su longevidad, la longevidad tradicional de su familia...
Sí, si me dieran la noticia de que voy a morime esta noche, creo que me sentiría muy feliz. La Sagrada Escritura aconseja 70 años, yo ya cumplí los 79, mi madre murió a los 99, mi tía murió a los 100 años y 10 días... No puedo tenerlo peor, ¿eh? Yo creo que es durar mucho.

Fuente: El Mundo (España)